sábado, 28 de septiembre de 2013

El Árbol Garoé



Es uno de los árboles más emblemáticos de la flora macaronésica y uno de los componentes básicos de los maravillosos y paradisíacos bosques de laurisilva. En las Islas Canarias le llaman Til, Garoé, Árbol Santo y Árbol-fuente y su nombre científico, Ocotea foetens, nos recuerda que su madera, de muy buena calidad, no se puede trabajar cuando está fresca por su hedor insoportable (foetens = fétida). Una vez se ha secado, pierde el mal olor y es una madera muy bella, de un color amarillo verdoso, durísima y duradera, muy apreciada en ebanistería. A finales del siglo XVI se prohibió su exportación para evitar la tala masiva de este árbol imponente que puede alcanzar los 40 metros de altura. Pertenece a la família de las Lauraceae como el barbusano (Apollonias barbujana), el viñátigo (Persea indica) y el laurel canario (Laurus novocanariensis), todos ellos componentes esenciales de los bosques de Laurisilva macaronésica. Es endémico de las Islas Canarias y Madeira.

Los antiguos moradores de las Islas Canarias, los guanches, adoraban este árbol como a un dios. Hace cuatro siglos en la Isla del Hierro había un imponente garoé solitario con un tronco que superaba el metro y medio de diámetro y una grandiosa copa. Debido a la orientación N-NE y su situación elevada (unos mil metros sobre el nivel del mar), donde descargan los vientos alisios, cada día, cuando subía desde el mar la brisa marina cargada de humedad, las hojas de la gigantesca copa del árbol la captaban y destilaban, cayendo gota a gota como si fuese una verdadera lluvia, la llamada lluvia horizontal típica de toda la Macaronesia, un fenómeno que se repite en todas las cumbres de Canarias.

A este árbol mágico acudían los bimbaches, los habitantes de la pequeña isla y último punto de occidente conocido antes del descubrimiento de América, para llenar unos zorrones de agua que luego serían transportados a los poblados de todos los puntos de la isla.

Para recogerla excavaron a su alrededor pequeñas cisternas que prácticamente cada día se llenaban. Sin el agua de su estimado y adorado Árbol-fuente, su árbol santo, su dios, no hubieran podido sobrevivir, puesto que en esta isla la lluvia normal es escasísima.

Cuando los europeos invadieron las Islas Canarias y robaron a los guanches sus estimadas islas, la última en ser conquistada fue El Hierro. Los nativos de la pequeña isla sabían que los invasores no podrían sobrevivir sin agua. Guardaron reservas del preciado liquido y después llenaron de tierra las cisternas del garoé. Confiaban en esta carta para salir victoriosos, pero una muchacha bimbache, Agarfa, se enamoró de un invasor andaluz y le reveló el secreto del agua, justo cuando los europeos ya estaban desesperados de sed y se preparaban para abandonar la isla. Aquella traición fue la perdición para los bimbaches. Los invasores se apoderaron del árbol sagrado, vaciaron de tierra las cisternas que pronto estuvieron llenas de agua y a los nativos no les quedó más remedio que rendirse al conquistador Juan de Bethencourt, quien acto seguido, traicionando su palabra, capturó y esclavizó a Armiche, el mencey de la isla y con él todos a aquellos que lo seguían y defendían.


Como si los dioses de los aborígenes canarios quisieran castigar a los invasores, un día del año 1610 un viento huracanado arrancó de raíz el viejo garoé y los nuevos habitantes de la isla, mezclados ya con los pocos descendientes de los bimbaches, se quedaron sin su fuente de agua. Desesperados de sed mandaron una carta al Rey de España pidiendo ayuda, pero los peninsulares no entendieron las palabras que hablaban de un árbol sagrado, pensaron que no eran más que supersticiones y no hicieron caso de la carta. Esto provocó que muchos de ellos murieran de sed.



En 1949 se colocó un til en el emplazamiento original del Garoé, que ha ido creciendo con el paso del tiempo y actualmente se encuentra rodeado por musgo. Las nubes siguen chocando con las cumbres herreñas y en los días de niebla espesa se puede observar el fenómeno de la lluvia horizontal. Como ocurre con todas las leyendas, el Garoé ha quedado en la conciencia herreña como un árbol sagrado capaz de proveer de agua a la isla y como símbolo de salvación ante el peligro.

Incluso el escudo de El Hierro recoge un árbol con su copa rodeada de nubes del que caen gotas de agua.

Por todas esas características naturales y culturales, se ha aprobado como Espacio Natural Protegido el Paisaje de Ventejís, donde se encuentra el Garoé, con una superficie de 1.143,20 hectáreas, mediante la Ley 12/1994, de Espacios Naturales de Canarias, hoy derogada por quedar incorporada al Decreto Legislativo 1/2000, por el que se aprueba el Texto Refundido de las Leyes de Ordenación del Territorio y de Espacios Naturales, de Canarias, y tiene por finalidad la protección del carácter agropecuario del área libre de edificaciones.

La vegetación predominante en la zona es el pastizal con bosquetes de fayas y brezos. El área protegida comprende una muestra peculiar del paisaje agropecuario de la meseta de Nisdafe y una zona montañosa de lomas suaves, en las inmediaciones de Ventejís.

En 2010 el escritor canario Alberto Vázquez-Figueroa (1936-) publicó la obra Garoé, cuya trama se desarrolla en la Isla del Hierro, y que obtuvo el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio.

En el año 2010 se cumplieron 400 años de la caída de este mítico árbol, y entre los actos conmemorativos se inauguró el sendero La Ruta del Agua. Se trata de un sendero circular de 16 km de longitud, con salida desde San Andrés y con una duración aproximada de 6 horas. Ese mismo año, el escritor canario Alberto Vázquez-Figueroa (1936-) publicó la obra Garoé, cuya trama se desarrolla en la Isla del Hierro, y que obtuvo el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio 2010.

Los visitantes de El Hierro tienen una visita obligada a este mágico lugar, donde el turista estará en contacto con la naturaleza y aprenderá por qué los habitantes de esta isla tienen tanto respeto por la misma.

Para finalizar, les dejo un vídeo sobre la historia de este árbol de leyenda:



Más información sobre la novela de Vázquez-Figueroa: Garoé.

Fuentes: Blog Jardín-Mundani

               Web oficial de turismo de la isla de El Hierro

               Wikipedia

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿Cómo resisten la lluvia los mosquitos?


¿Te has parado a pensar si bajo la lluvia un mosquito sobrevive? La respuesta es sí. Para ello, se combinan varios factores: su bajo peso, alas impermeables y volar con una mentalidad de resistir. Así lo afirma David Hu, profesor de ingeniería mecánica en el Instituto de Tecnología de Georgia, cuyo equipo, para demostrarlo, tomó una muestra de seis mosquitos Anopheles (el principal vector de la malaria) y dejó caer sobre ellos gotas de agua desde una altura de diez metros. Los insectos sobrevivieron a la lluvia.

Las gotas de lluvia caen del cielo a una media de unos 10 km/h. El golpe genera una fuerza que equivale a unas 10.000 veces el peso de un mosquito. En otras palabras, fuerza suficiente para matarlo.

Sin embargo, la ligereza del mosquito atenúa la fuerza de las gotas lo bastante para que el fuerte exoesqueleto del mosquito resista el golpe. Hu explica que es como si el golpe proviniera de una pluma.

Pero, aunque las gotas no pueden matar a los mosquitos, sí pueden lesionarlos. Para evitar daños, el mosquito tiene dos estrategias: si la gota golpea las patas o las alas, el mosquito pierde el equilibrio para que el agua se deslice fuera de sus extremidades, que son resistentes al agua. En una centésima de segundo, el mosquito vuelve a retomar el equilibrio en el vuelo.


Viaje dentro de una gota de lluvia


Si la gota de lluvia golpea directamente el cuerpo del insecto, el impacto es mucho mayor y empapa al mosquito con fuerza suficiente como para desplazarlo. Así, el insecto viaja entre 5 y 10 centímetros dentro de la gota de agua y, después, se libera.

Hu asegura que los mosquitos son unos maestros del tai-chi, ya que no se resisten a la fuerza del impacto de la gota. Hay una situación en la que sí que corren peligro, cuando vuelan cerca del suelo. Si el mosquito se encuentra de 10 centímetros o menos del suelo y es golpeado directamente en el cuerpo, no tiene tiempo suficiente para liberarse de la burbuja de agua y se estrella contra el suelo.

Aplicaciones prácticas

Los resultados de la resistencia del mosquito a la lluvia podrían servir para ayudar en el proceso de control de plagas o para mejorar el diseño de los llamados micro-vehículos aéreos (MAV, por sus siglas en inglés), unos pequeños aviones robot que pueden ser tan pequeños como un insecto.

En el siguiente vídeo se puede observar lo que ha descubierto el profesor David Hu:



viernes, 13 de septiembre de 2013

El gato del farero


Esta historia es tan sorprendente como breve y se desarrolla en la isla de Stephens, un islote rocoso a caballo entre la isla Norte y la isla Sur de Nueva Zelanda. La isla está situada en un paso peligroso para los navíos por la abundancia de escollos, por lo que se instaló un faro, al que en otoño de 1895 fue a vivir un farero llamado David Lyall con su familia.


Con la familia también arribaba a la isla su mascota, un gato llamado Tibbles. El gato no tardó en descubrir en la isla a unos pequeños pájaros nocturnos no voladores sumamente fáciles de atrapar. Se trataba del Xénico de Lyall (Xenicus lyalli), especie entonces no descubierta por la ciencia, aunque sí por el felino, a cuya caza se aficionó rápidamente. Era una especie parecida a los chochines europeos que, ante la falta de predadores en la isla, había perdido la facultad de vuelo y cuya población era sumamente reducida limitándose su distribución mundial a aquel islote.


El gato llevó a su dueño algunos de sus trofeos, 13 en concreto, dándose la circunstancia de que este era aficionado a la ornitología. Al no poder identificar a las presas de su mascota disecó ocho de ellos y los envió al Museo de Wellington, al famoso ornitólogo y banquero Lionel Walter Rothschild, quien se percató de que se trataba de una nueva especie, la describió para la ciencia y la bautizó como Xenicus lyalli en honor al apellido del farero.

Pero para entonces, la pequeñísima población de la especie había sido exterminada por Tibbles. Bastaron sólo los últimos meses de 1895 y la acción predadora de un sólo gato doméstico para que aquella especie pasase de estar absolutamente intacta, como había estado cientos de miles de años, a estar extinta para siempre. Nadie llegó a ver jamás un ejemplar vivo se este ave y, por supuesto nada se supo acerca de su biología, costumbres o reproducción. El hecho está considerado como la extinción más rápida que se conoce en la historia de la humanidad y muestra la extrema fragilidad de los equilibrios naturales así como los potenciales peligros de las especies foráneas en los ecosistemas. Como único recuerdo de esta extraña ave quedan unos restos disecados - mal disecados, por cierto- en varios museos de Inglaterra y Estados Unidos, y la mayor parte de ellos tienen anotado en su etiqueta que fueron víctimas del gato del farero.



La combinación nefasta entre especies que han evolucionado en el aislamiento de ecosistemas insulares y predadores introducidos por el hombre, en este caso de gatos, se vivió mucho tiempo antes en las Islas Canarias. La introducción hace unos 2.000 años de los primeros felinos domésticos en el archipiélago supuso la rápida extinción de, al menos, cinco especies isleñas: La codorniz gomera (Coturnix gomerae), el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), dos roedores gigantes de Tenerife y Gran Canaria (Canariomys bravoi) y (Canariomys tamarani) y el lagarto gigante de La Palma (Gallotia auaritae).

Fuente: Delibes de Castro, M. La Naturaleza en Peligro. Ediciones Destino. 2005.